La he preguntado a algunos amigos, sus respuestas han sido
tan variadas como originales, a algunos les ha enseñado saber a perder, a
valerse por si mismos, a tener humildad, a correr por la vida sin frenos, en
fin.
A mi me ha enseñado a entender que las cosas pasan POR ALGO
y para los que actúan con rectitud de conciencia, todo es para bien. Me enseña
cada día que todo exige un esfuerzo, no hay nada gratis, me enseña que sólo
pierde el que no da todo lo que lleva dentro.
He aprendido a cuidar el tiempo como un regalo único. Así
veo el día de hoy como un obsequio que he de agradecer y aprovechar.
Ayer se fue y mañana no ha llegado, voto por quedarme en el
presente. Viajo al pasado para aprender de su fantástico almacén de datos.
Cuando lo hago, el presente se colma de agradecimientos y de una sana tristeza.
Teniendo la nostalgia bajo control, el recuerdo de seres queridos que ya se
fueron, las imágenes de una edad tierna e irrepetible, las amistades ganadas
entre clases, partidos, libros, y diversión, las fotos de los primeros pasos de
mi familia, aportan al presente un halo de serenidad, dulzura y unas gotas de
melancolía.
¿Qué hago con esas cuotas de pena? Leer sus enseñanzas para
administrar mejor la realidad. Me proyecto al futuro para anticipar escenarios,
para cobrar impulso, para irradiar ilusión y esperanza en un presente invernal.
Completada la excursión galáctica y futurista regreso a mi tiempo preferido, el
PRESENTE.
Si todo va bien, no arruino esa felicidad con el miedo a que
se acabe pronto. Si las cosas se tuercen, me consuela pensar que no se
eternizarán, que también pasarán los nubarrones, que me curtiré y hará más
fuerte, y que cuando salga el sol, nadie gozará más de él como yo.
La vida enseña a no tomarte las cosas y los acontecimientos
que suceden con tanta seriedad y tremendismo. Estamos aquí dos días, como para
amargarnos la propia existencia y las de los demás.
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